Extractos de una carta de Stella Corbin,

Teherán 22 septiembre de 1945

 

Esperaba encontrar una carta el 15 al llegar aquí, pero nada… Quería escribir antes de partir de Estambul. Los últimos días han sido un torbellino de preocupaciones, gestiones, visitas. Así es, 10 días antes de nuestra partida, Henry, ya muy fatigado por el traslado, tuvo un absceso dental. Inquieto por esta repetición, se decidió por ir a consultar otro dentista que decidió hacer un aparato dental...

Finalmente al alba del 6 de septiembre atravesamos por última vez el Bósforo, encantador bajo esa luz de la aurora. La vía férrea costea el Marmara hasta Izmir, parece que fueramos por la orilla de un lago. Poco a poco ascendemos por la meseta de Anatolia, mas árida, algunas poblaciones grandes. Cae la noche y hacia las 11 h., vemos las luces de Ankara. Allí sube al tren una joven rubia acompañada de numeroso chinos que se despiden amigablemente de ella. Nos ha dejado algo intrigados.

Al día siguiente, poco antes de franquear el Taurus, atravesamos Hidge: primer pueblo realmente oriental con las camas instaladas sobre las azoteas, los eucaliptos. Un muy bello ascenso a través del Taurus y de repente, entre dos enormes rocas, vemos en un claro todo el llano de Cilicia. De nuevo, la planicie con sus olivares y su viñedos. Nos acostamos furiosos pensando en las aduanas y las fronteras que tendremos que franquear a la 1 h de la mañana. Afortunadamente Henry estaba provisto de “documentos de pase” que nos facilitaron los tránsitos. ¡Al menos nos lo imaginábamos!

Despertar en Alepo hacia las 7 horas. Visto desde el tren el aspecto de la ciudad es mas bien decepcionante, adivinamos la silueta de la ciudadela donde murió Sohravardi. El tren hace marcha atrás y  una vez más en Turquía : nuevas formalidades de aduana y de pasaporte.

Durante toda la jornada a 45 grados a la sombra, el tren bordea la frontera siria. Por un lado la Siria con sus aldeas de los Kurdos, nómadas y orgullosos, por el otro lado la de los fortines, los soldados turcos. Sin embargo, el tren se detiene en mitad del campo para hacer subir a una pobre mujer que yace en una litera. La grandeza humana reaparece por un breve instante.

La noche cae sobre el paisaje desértico y nos sorprende charlando en el pasillo con un encantador capitán británico. Poeta afectado todo el tiempo de melancolía, componiendo una cuaderna tanto en árabe como en inglés y un joven sirio, cobrador de aduanas, quien no aceptaba ponerse mas que el uniforme sirio e investigaba con pasión su pasado árabe. Sin embargo es cristiano, quiere pertenecer a un estado independiente, juzga occidente sin rencor sin dejar de señalar los defectos, contrariamente al padre del capitán británico, administrador del progreso, que negaba todo aporte islámico a la “civilización”.

Hacia las dos de la mañana, el tren penetra de nuevo en territorio sirio: nuevo control que esquivamos. Creo que gracias a la simpatía despertada en el control militar británico y en de los “jóvenes estados”.

Por la mañana, Mosul. Gritos roncos de los árabes. Los camellos y las ovejas desaparecen de este paisaje desértico – calor sofocante -. En el wagon restaurante del cual su cocinero ha desertado a causa de una fuerte migraña que cura el capitán británico, somos poco numerosos. Es casi una desbandada y cada uno se retira medio desnudo bajo el ventilador de su compartimiento. Solo los ricos Kurdos, con el puñal al costado, parecían no sufrir del calor. Su aire provocativo inquietaba a la joven rubia que había subido al tren en Ankara. Ella preferirá refugiarse conmigo. Por cierta información conseguida del capitán, sabemos que estos señores son reputados contrabandistas.

A la vista de los primeros palmerales nos asomamos a nuestras ventanas, pero el aire que nos parecía a la vista del verdor, más fresco, sigue siendo asfixiante. Vemos la gran mezquita shií con sus minaretes y su cúpula dorada resplandeciendo bajo el sol.

El tren se detiene, no en la estación sino en medio del  desierto. Estamos en Bagdad, nos dicen, y el asalto de forzudos porteadores surgidos de las arenas nos convence. Afortunadamente un agente de la Cook nos libera y bajo la protección del secretario de la Delegación de Irán, alcanzamos el hotel Semiramis de estilo colonial inglés con el indispensable ventilador, un bello césped se extiende hasta el Tigris. Mas allá de las palmeras.

Un pequeño creciente de luna por debajo de la palmera se refleja sobre las aguas calmas del Tigris surcado de barcas. En el horizonte, a través de los troncos de las palmeras, el sol vierte sus reflejos con vivos tintes rojizos. Es en este momento cuando el capitán británico se retira a descansar y nos deja escrito en un sobre sus versos de una reminiscencia bíblica.

By the twin river

I be thought me of the weeping

And the willows and the harp...

Esta estancia en Bagdad que temíamos, nos dejó un recuerdo encantador. ¿Es la visita a Ktesiphon cuya espléndida bóveda sasánida se eleva de un solo impulso mas alta que las palmeras? ¿Es el encuentro en Ktesiphon con aquel joven árabe culto? En el pueblo, él nos conduce a la mezquita de Salman el Puro: “que pueda vivir y morir como tú, fiel amigo, que no has traicionado”, y tras haber despedido a un grupo de niños nos invita a tomar el té en su casa.

Peregrinaje al mausoleo de Faisal, amigo de Lawrence de Arabia y de Massignon.

Llegados el domingo al final de la tarde, volvemos a partir el jueves al alba. Mil kilómetros por recorrer en un coche de alquiler, por caminos llenos de baches. Es la antigua ruta que une Bagdad, Kermanshâh, Hamacan (antigua Ecbatana). Hasta la frontera iraní: paisaje árido, de pocas poblaciones que se adivinan a través del alba naciente. Largas filas de asnos o de camellos, cursos de agua señalados por los sauces y los álamos.

Tras Sarpûl-e Sohab comienza el duro ascenso hacia el puerto después hacia Kermanshâh. El vértigo nos vence sobre esta ruta llamada en otro tiempo la “Puerta del Zagros”, con la grandiosa gruta de Khosraw II en Takht-Bostan. Poco después, Kermanshah, en un paisaje montañoso y árido se eleva el alto pico de Bisutun, peñasco de una altura de 1000 metros, sin duda, un “lugar de dioses” antiguamente, elegido por el gran Darío para grabar su célebre inscripción trilingüe y proclamar su triunfo. Nos sentimos abrumados por la historia, por la grandeza del lugar..., y la fatiga.

Pasamos la noche en Hamadan, la Ecbatana de las siete murallas, capital del imperio de los Medas después de los Aquemenidas, pero al igual que con Kermanshâh no vemos mas que el hotel pues llegamos por la noche, mas bien rendidos, partimos al día siguiente al alba antes del gran calor para alcanzar nuestra última etapa, Teherán, ya anunciada por la espléndida Demavend. Alta montaña de 6.000 metros, antiguo volcán, para Henry el símbolo de tantos sueños. Sobre la cubierta de uno de sus cuadernos de escolar ya se encontraba el dibujo del Demavend.

Pedimos al conductor que nos deje delante de la embajada de Francia, pues habíamos avisado al cónsul, antiguo compañero de lenguas orientales. ¡Que mala suerte! No habíamos pensado que llegaríamos en viernes, día festivo, reservado al permiso semanal de nuestro cónsul.

Afortunadamente para nosotros, el embajador, (un hombre encantador) bastante bohemio, viendo de lejos a los viajeros cubiertos de polvo, se aproximó y nos invitó a comer en su jardín. Tenía como invitado, al preste de la iglesia rusa, antiguo oficial de la marina del Zar. Personaje sorprendente que durante el café nos propuso alquilar un pequeño apartamento provisional, en casa de uno de sus parroquianos. Es desde aquí que te escribo....